Cuando culminé la ascensión y miré a mi alrededor, me di cuenta de que todo había cambiado. El cielo se había ennegrecido y brillantes rayos centelleaban entre las nubes. Fuertes ráfagas de viento azotaban mis ropajes y punzantes gotas de lluvia arañaban mi cara. Parecía que el propio Dios de los cielos estuviera ordenando que me detuviera y dejara lo que estaba a punto de hacer. Pero ni su furiosa voz podía detenerme ya: estaba demasiado lejos.
Había llegado a aquellas ignotas tierras con poco más que mi salud, una antigua espada y mi caballo. De mi salud apenas quedaba mucho, pues cada día me sentía más cansado y mi piel blanquecina estaba llena de arañazos y morados. Mi espada, si algún día tuvo alguno, había perdido todo su brillo y numerosas muescas en su hoja quedaban como cicatrices de las batallas luchadas. Y mi caballo... solo pensar en Agro estuvo a punto de arrebatarme las últimas fuerzas que aun me tenían en pie. Hace unos minutos lo había visto caer después de salvarme de una muerte segura.
Me acerqué las manos a la cara para alejar de mí aquellos sombríos pensamientos. Levanté la cabeza y encaré los escalones que se alzaban ante mí. Uno a uno los fui subiendo y, cuando alcancé el último, entonces lo vi.
Allí estaba, majestuoso, el último de mis enemigos. Podría ser, sin lugar a dudas, el más grande de todos los colosos a los que me había enfrentado ya. De forma humanoide, permanecía en pie al fondo de una basta extensión de hierba salpicada aquí y allá por pequeñas construcciones de piedra. Vestía una especie de falda de la cintura a los pies, y el torso desnudo hasta la cabeza. A aquella distancia no pude distinguir nada más, solo unos aros luminosos en su muñeca derecha y hombro izquierdo y sus ojos dorados que me observaban desde la lejanía.
Cuando nuestras miradas se encontraron, supe que él también me había reconocido. Vi como alzaba su mano izquierda y me señalaba con uno de sus largos dedos. Una pausa tensa se elevó en el ambiente y, de repente, de su dedo surgió una bola de luz disparada directamente hacia el lugar donde yo me encontraba. Sin apenas tiempo para reaccionar, intente apartarme, pero fue en vano. La bola de energía impactó en el suelo a pocos pasos de mí, justo donde estaba instantes antes, y la onda expansiva me lanzó volando por los aires, dejándome aturdido en el suelo tras la caída.
Por un momento permanecí conmocionado, ciego y sordo a la vez, hasta que mis brazos y piernas volvieron a responderme. Otros colosos ya me habían disparado bolas de energía como esa, pero ninguna tan potente. No sabía a ciencia cierta si sobreviviría a un impacto directo con otra de ellas, y tampoco me quedaban energías para comprobarlo.
La fuerza de la explosión me había arrastrado a los pies de una columna que se encontraba a la derecha de la escalera por la que había subido lo que, momentáneamente, me dejaba fuera de la vista del coloso y, por lo tanto, fuera también del alcance de sus demoledores disparos.
Miré a mi izquierda y a mi derecha e incluso me atreví a asomar la cabeza para ver qué podía hacer para acercarme al coloso. Delante de mí se extendía un tramo de hierba al descubierto, pero correr alocadamente hacia adelante estaba totalmente descartado.
Un poco más a mi derecha vi unas columnas de piedra y, en su centro, una abertura en el suelo. No tenía forma de calcular la profundidad del agujero, pero comprendí que era la única manera que tenía de avanzar. Recogí fuerzas y tras contar hasta 3 salí corriendo de mi escondite y me lancé de un salto al vacío. Justo cuando caí al suelo de piedra, a no más de 4 o 5 metros de profundidad, otra bola de energía impactó contra el suelo allá arriba. Suerte que mis piernas aun no me habían fallado.
Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta que el agujero dónde había caído era la entrada a un pasadizo subterráneo que se adentraba en la tierra en dirección al coloso. No podía ver el final del pasillo, pues la luz era demasiado tenue allí abajo, pero me adentré en él sin dudarlo. Después de algunos pasos, el pasillo giraba abruptamente a la izquierda y al llegar al final, se habría de nuevo a la superficie, como si de una trinchera se tratase.
Guiado por mi instinto seguí avanzando y, al llegar al final del pasillo, vi que unas piedras amontonadas permitían de nuevo salir a la superficie. Allí me esperaría de nuevo el coloso y sus mortíferos disparos, pero tenía que enfrentarme a él. Ascendí las piedras y, al salir a la superficie me parapeté detrás de una especie de almena construida con piedra en el suelo. La almena tenía una abertura horizontal que me permitió observar hasta donde había avanzado y cuánto me quedaba para mi objetivo: el coloso aun quedaba lejos como para lanzarme a la carrera hacia sus pies.
A mi derecha se alzaban tres almenas más, separadas por una distancia suficiente para poder ir corriendo de una a la otra, y así lo hice. Preparándome antes de cada sprint, fue protegiéndome detrás de cada una de ellas de los disparos que el coloso lanzaba contra mí en cuanto me tenía a la vista. Al llegar a la última almena, vi que más a mi derecha se habría otro agujero de piedra en el suelo rodeado por sendas columnas. Ese debía ser el camino: una última carrera y otro salto y de nuevo estuve bajo tierra, momentáneamente a salvo del coloso.
El pasillo subterráneo se extendía esta vez perpendicular a mi objetivo y estaba tan oscuro como el anterior. No tuve más remedio que echarme a correr por él hacía la luz que vislumbraba al final. La corriente allí abajo era muy fuerte y sobre mi cabeza escuché varias explosiones, como si mi enemigo intentará alcanzarme con sus disparos, aun a través de la dura roca.
Cuando llegué al exterior, me di cuenta que había llegado al borde de la planicie donde se encontraba el coloso. Me encontraba a un nivel inferior al de la superficie por lo que aun estaba a salvo, así que decidí seguir adelante bordeando la roca. Tuve que escalar sobre un saliente y saltar un precipicio, pero cuando llegué al otro lado, vi que otro túnel se habría en la roca en dirección a mi enemigo. Avancé por él y, tras escalar por una pared, salí de nuevo a la superficie, con la suerte de estar cerca de otra almena como las anteriores. Eso sí, al mirar hacia delante, me di cuenta de que ya apenas me bastaban unos metros para alcanzar los pies del coloso. Solo unos metros, pero que tampoco podría recorrer directamente.
A mi derecha, de nuevo, vi la misma sucesión de almenas y, al final, otra abertura en el suelo. Sin dudarlo, pero con la suficiente, precaución fui de una a otra y acabe saltando de nuevo en el agujero. Una vez abajo, avancé por el pasillo que se extendía delante de mí, subí por unas escaleras y de nuevo salí a la superficie pero, esta vez, emergí directamente debajo del coloso, junto a sus pies. Al fin había llegado.
Miré hacia sus gigantescos pies y observé que, al igual que el resto de sus piernas, eran de dura roca. Gracias a esto, el coloso no podría mover sus piernas para aplastarme, pero esto también me obligaría a subir si quería encontrar el punto débil de mi enemigo. La falda que cubría sus piernas también era de roca y, por lo que pude ver desde ahí abajo, se estrechaba en pisos que ascendían hasta su cintura. El más bajo de los pisos quedaba casi a ras de suelo, así que di un salto y me encaramé a él.
Con mucha cautela fui escalando piso tras piso por la falda del coloso. La estructura de los escalones no era regular, así que tuve que ir buscando la mejor forma de continuar mi subida. No me atreví a mirar abajo mientras ascendía y perdí la cuenta de cuanto estaba subiendo... solo sabía que era mucho.
Al final, casi sin darme cuenta, llegué a la parte superior de su falda. Tenía no más de dos palmos de ancho, pero era más que suficiente para que me pudiera tener en pie e, incluso, caminar por ella. La cintura del coloso quedaba allí al descubierto, dejando a la vista el espeso pelo gris que cubría su dura piel.
Desenfundé mi espada como había hecho otras tantas veces. La experiencia me había enseñado que los puntos débiles de los colosos brillaban cuando tenían cerca la presencia de la espada sagrada. Lentamente fui dando la vuelta por su cintura y, una vez en la base de su espalda, una cicatriz en su piel se encendió de repente con una luz verdosa. Para mi desgracia no se trataba del sello sagrado a través del cual podría derrotar al coloso, pero al menos me daba una oportunidad para herirlo. Me encarame a su denso pelaje y lo apuñalé con todas mis fuerzas en la verde cicatriz.
En cuanto la punta de mi espada se introdujo en su carne, el coloso estremeció todo su cuerpo y vi como desplazaba su mano izquierda hacia donde yo me encontraba. Por un momento temí que fuera a aplastarme con su enorme mano, pero su brazo de carne y piedra solo alcanzó a quedarse a escasos centímetros de mí, pero sin tocarme. Intentaba agarrarme, pero la rigidez de su cuerpo se lo impedía.
Observé que su mano también estaba desnuda y cubierta del oscuro pelo y, siguiendo un repentino impulso, salté y me agarré de los pelos en la palma de su mano, dejando la relativa seguridad de su espalda.
En cuanto el coloso sintió mi peso en su mano, la levantó lenta y pesadamente hasta la altura de sus ojos y empezó a zarandearla para hacerme caer. Mientras, yo me agarré como pude a su pelo intentando por todos los medios no caerme. Tras dos violentas sacudidas, llegué a perder la consciencia de donde era arriba o abajo, haciéndome pensar que quizá no había sido buena idea subir hasta allí pero, por sorpresa, me encontré en cuclillas en el dorso de su gigantesca mano.
Hubo una pausa y pude levantar la cabeza. Cuando lo hice, me encontré directamente con la mirada de mi enemigo, noté toda su furia clavada en mi piel y comprendí que tenía que bajarme de su mano cuanto antes. La ruta de escape era la más obvia: a través de su brazo. Sin dudarlo, me lancé a la carrera por su antebrazo forjado en piedra y me encaramé de un salto a la peluda piel de su brazo por encima del codo.
Una vez allí, me di cuenta de que había llegado a un callejón sin salida: justo encima de mí, antes de llegar al hombro, se encontraba el aro de luz y piedra que había visto en el coloso la primera vez que lo miré y, por encima de él, estaba su hombro desnudo. Si lograra alcanzarlo, tendría vía libre hasta la cabeza del gigante donde, quizá, se encontraría su punto débil. Pero el camino hasta su hombro estaba bloqueado.
Agarrado al grueso pelaje de su brazo, intenté moverme alrededor de él para ver si encontraba la forma de flanquear el obstáculo, cuando observé que allí en el brazo se encontraba otra cicatriz verdosa como la que ya había apuñalado en su cintura. Nada tenía que perder, así que alcé mi espada y la clavé con todas mis fuerzas. El pinchazo volvió a estremecer al coloso y lentamente acercó su mano derecha a mi posición para intentar agarrarme, momento que aproveché para saltar y encaramarme a su otra mano.
La situación volvió a repetirse: alzó su mano hasta la altura de los ojos y me zarandeó para hacerme salir despedido. Me agarré precariamente y conseguí subir al dorso de su mano para buscar una salida.
Justo a mi izquierda, en su muñeca, otro de los anillos luminosos me cortaba de nuevo el paso. Miré hacia su pecho de roca y barajé la posibilidad de saltar hacia él y agarrarme, pero estaba demasiado lejos. ¿Había llegado tan alto para no poder alcanzar al coloso? “No”, me dije, e intenté algo que con otros colosos me había dado resultado: saqué mi arco e intenté disparar flechas contra él. Disparé primero una flecha contra su pecho, pero rebotó inútilmente contra la piedra. Preparé otra flecha y disparé contra su cara, con el mismo resultado. Preparé una flecha más, tensé el arco y… mi enemigo dio una sacudida para zafarse de mí.
Solté precipitadamente la flecha, que salió disparada sin haber apuntado a ningún sitio y me agarré en el último momento a la mano del coloso. Escuché un rugido de dolor y noté como llevaba su mano, en la que yo me encontraba, hacia su hombro derecho donde, como pude ver, se había clavado mi extraviada flecha. Aproveché el momento y salté hacia él. Caí rodando precipitadamente, pero pude agarrarme y frené mi caída. Al fin estaba allí, en su hombro, lo había conseguido.
Noté como el coloso se debatía debajo de mí mientras avanzaba por su cuello, moviendo los hombros hacia un lado y otro para hacerme caer, aunque sin éxito. Me arrastré hacia su nuca, subí por su cabeza hasta estar completamente encima de él y vi que allí estaba el sello sagrado, tatuado en su cabeza y brillando blanquecino ante la presencia de mi espada.
El resto... quizá fue lo más fácil. El coloso empezó a mover salvajemente la cabeza de izquierda a derecha y de adelante a atrás para tirarme, pero me agarré con todas mis fuerzas a su pelo y, tras cada pausa en sus sacudidas, reuní fuerzas y apuñalé con mi espada el sello en su piel: una, dos y todas las veces que fue necesario.
A cada puñalada la sangre manaba a borbotones de la herida y el coloso rugía de dolor, tan fuerte que casi podía sentirlo en mis huesos... hasta mi último ataque. Cuando lo recibió, noté como, de repente, su cuerpo perdía rigidez: sus piernas fallaron y reposó su cuerpo sobre la falda de piedra y sus brazos cayeron inertes a sus costados. El golpe fue fuerte, pero logré mantenerme en lo alto de su cabeza.
Sin fuerzas, me agaché y respiré hondo. ¿Había acabado todo? Se me había encomendado la imposible misión de derrotar a 16 colosos y lo había hecho. ¿Cumpliría su promesa y me devolvería la vida de mi amada? ¿Eran necesarios tanto sufrimiento, dolor y sacrificio? Los colosos, ¿mis enemigos?, ¿merecían el destino que mi espada les había deparado?
Mientras pensaba todo esto, me puse en pie. El cuerpo del coloso, como los otros, se había ennegrecido rápidamente y unas columnas de humo negro se elevaban hacia el cielo desde su cuerpo. Las miré, detuvieron su ascenso y, una última vez, se precipitaron hacia mí clavándose como flechas en mi pecho. Toda la tristeza y dolor del coloso me invadieron. Todo se volvió negro. Una luz. Una voz.
Perdí el conocimiento con un solo sentimiento en mí: la esperanza de que todo hubiera servido para algo.
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Llevaba mucho tiempo queriendo dedicar un post a mi juego favorito por antonomasia y el otro día encontré al fin la manera de rendirle un digno homenaje, aprovechando también que pronto caerá en mis manos su golosa reedición HD.
Pido perdón por el tocho y por los spoilers para aquellos que no lo hayáis jugado pero... era necesario ;)
Las imágenes las he sacado de DeviantArt, si pincháis en ellas podéis verlas en la página de su autor.